miércoles, 28 de julio de 2010

PRESUPUESTOS FRANCISCANOS PARA UNA CULTURA CORDIAL


La vida está marcada por determinadas situaciones, acontecimientos en los cuales el hombre está en el centro, busca ser protagonista de los sucesos. El hombre ha sido desde sus inicios un ser en relación con su entorno. Buscó estar en armonía y paz desde la creación, fue puesto en medio de todo lo creado para cuidar y cultivar (Gn2, 15); tuvo siempre una relación con Dios, luego con sus semejantes con quienes ha desarrollado sus habilidad de comunicarse y escuchar. Traigo aquí la frase de Zenón de Elea: “Nos han sido dados dos orejas, pero solo una boca, para que podamos oír más y hablar menos” Esta frase puede ser contrapuesta en nuestros días, ya que la capacidad de escucha y relación va perdiéndose en la mayoría de los ámbitos. Prima más el hablar y manifestar, muchas veces siendo “flatus vocis” que no tiene resonancia, ni sentido.
Un texto bíblico que nos ayuda en nuestra reflexión es la de Santiago: “Sean todos prontos para escuchar, lentos para hablar y lentos para la ira” no es lo que deberíamos buscar? Son estos presupuestos los que tenemos que recuperar si queremos tener una cultura cordial, una sociedad cortés, el buen trato y buena escucha.
Nuestra reflexión estará enfocado desde la óptica franciscana, específicamente desde San Francisco de Asís, hombre presto para escuchar a Dios y al prójimo. Abierto a la relación con la naturaleza, las criaturas y todo cuanto salgan a su paso.
La cultura es un factor condicionante e incluso configurador de la misma naturaleza humana. La relación de la persona con el mundo real no suele ser directa, sino mediante los conceptos de nuestra mente, es decir, de la cultura. La cultura hace de puente colgante entre la vida personal y la vida social. De ahí su gran importancia, para bien o para mal, del ciudadano.
La situación de la cultura a nivel mundial es un problema de distanciamiento entre las diversas realidades, que se han hecho recelosas y hostiles entre sí. Sencillamente nos encontramos con la preocupante situación de la incomunicabilidad o, peor aún, con el problema de la conflictividad tanto en el campo cultural y humano como en lo social y religioso.
En la sociedad actual, la persona suele estar reducida a cifra y a número. Somos seres anónimos, es decir, que nuestra presencia, nuestra persona, no cuenta para nada sino estamos avalados por un papel oficial. Sin embargo, cada persona tiene su específico rostro y su propia personalidad, cada animal su propia misión, cada cosa su propia significación.
Francisco vivió y reconoció la presencia del prójimo. En el reconocimiento del otro podemos observar no solo un tacto especial de ver y tratar a los otros y a los demás cosas, sino una categoría cultural sobre el mundo y sobre la vida. Desde la presencia total, que es Dios, tenemos que dirigirnos a todos las demás presencias humanas y mundanas, tratando con infinita cortesía, amabilidad y respeto. Es la presencia, que crea nuevas presencias y entabla relación entre ellas. La categoría de presencia engendra un sentimiento, crea una actitud y se manifiesta en un comportamiento singular ante la vida y ante los otros.
Desde la experiencia de la presencia brota el ser y el estar relacionado. Es uan relación sentida, vivida y compartida. Esta dimensión relacional es de gran interés e importancia en las llamadas filosofías dialógicas actuales. Este estar relacionados en la sociedad y en la naturaleza, da a la persona una actitud de respeto, acogida y escucha, pues la persona constituye una comunidad activa con los otros y con los demás seres de la naturaleza. Esta relación vital y dinámica puede sanear la indiferencia, la insolidaridad, los desplantes y opacidades cotidianos, ya que a través de la relación amistosa y fraterna se puede descubrir el verdadero rostro humano.
La dimensión relacional humana se descubre y manifiesta en infinidad de encuentros, uno de los acontecimientos más sorprendentes y repetidos es el encuentro. Es un hecho importante que sucede entre personas. Nos topamos frecuentemente, nos cruzamos los unos a los otros. Sin embargo, en raras ocasiones nos encontramos. La vida es un encuentro, aunque no es fácil el encuentro profundamente humano.
Francisco enseña al hombre actual que necesita despojarse de muchas máscaras y resistencias para revestirse de buen humor y sana ironía al mismo tiempo que sea capaz de encuentros fecundos y creadores con todas las personas de su entorno y con los seres y cosas de la vida cotidiana para poder descubrir la riqueza patente y latente del mundo natural.
Del mismo modo, todo encuentro sincero supone acogida. A la actitud de recelo y sospecha hay que oponer la actitud de acogida, colaboración y participación. Actualmente el hombre debe sentirse protagonista activo en la transformación de la sociedad.
Otro tema y demás en boga es el del diálogo, como recurso necesario para entablar relaciones y alcanzar compromisos. Para poder crear el horizonte humano y espiritual de un diálogo dinámico y fructífero es necesario despojarse de muchos prejuicios y armarse de una idea elevada del hombre por muy adversario o esquinado que se le considere. En primer lugar hay que superar la categoría de lo antagónico como forma incivil de convivencia. Frecuentemente el enemigo es un pretexto, una máscara para lograr intereses muy precisos y premeditados.
Francisco se colocaba más allá de las diferencias antagónicos y rivales para encontrarse con lo real y verdadero de la persona, con sus propios problemas humanos, en las que todos coinciden. Por eso trató de defender la paz, la convivencia y la armonía social como valores absolutos, más allá de los particularismos personales o de clases y grupos.
La sociedad no es otra cosa que el cuerpo alargado de la persona, abismo de grandeza y de miseria. En nuestra sociedad, moderna y posmoderna, predomina y se impone poderosamente la racionalidad, que pretende explicarlo todo a la luz de la razón comprensible y de constatación verificable del laboratorio. Frente al gran culto a todo lo positivo se observa un gran silencio u olvido de lo negativo.
Ante esta situación tenemos que cultivar la mirada, pues juega un papel especial en las relaciones humanas. La mirada constantemente nos encubre y nos descubre, más abre y nos oculta, nos acerca y nos separa. Tiene un poder extraordinario de relación o de rechazo. Cada uno es lo que mira y ve lo que le interesa. Toda mirada es la proyección del yo, y lo que no sea ese yo saldrá por ella. La mirada es tan importante en la vida cotidiana que constituye un vínculo especial entre la persona y la sociedad, entre el individuo y el mundo.
Mirar no es descubrir colores, sino entablar relaciones. Los ojos son simples instrumentos transmisores de una presencia que interroga. Quien se deja mirar y ser penetrado por la mirada amante descubrirá la urgencia de entablar una profunda relación. Tal vez muchos mortales nunca se deciden porque tienen miedo a las miradas interiores y a dar respuesta a interrogantes decisivas.
Cuando Francisco se ha sentido mirado por Dios, todo su ser se ha iluminado, comenzando a ver toda la vida con una nueva perspectiva. Hay que mirar la sociedad, el mundo y la vida con ojos amorosos y transformados.
La escucha es sumamente importante en las relaciones personales. Escuchar supera el simple oír para poder entrar en relación con lo que dice. Escuchar es dar crédito al otro y tomarlo en serio. Oír tampoco es escuchar ruidos o sonidos, sino entablar una nueva relación. Normalmente nos quedamos en la asonancia del oír, sin penetrar en la resonancia del significar. Lo que impide que se logre la consonancia entre las personas. San Buenaventura define a la persona como sonido que resuena.
La visión franciscana de la vida implica un estar despierto para poder ver, escuchar y percibir ese mundo maravilloso de presencias y mensajes, que hace de quien participa de ellas una existencia llena de sentido, plenitud y celebración.
En la actualidad, el ser humano se suele balancear entre el entusiasmo y el desencanto ante los acontecimientos de cada día. Con frecuencia se tiene el convencimiento de que el hombre ha sido defraudado en sus esperanzas o que la esperanza no anima suficientemente al ser humano. La esperanza es uno de los importantes temas culturales de nuestro tiempo.
La esperanza en clave franciscana puede ser un buen fermento en la construcción de una nueva cultura que supere el pesimismo reinante, la desconfianza y la sospecha entre los ciudadanos.
La esperanza debe traducirse en alegría, en canto y en un impulso inacabado de ir siempre hacia adelante y hacia arriba, hacia Dios y hacia los hombres. La esperanza vivida era para Francisco y sus frailes, su estado espiritual y su dinamismo vital. La esperanza no solo es una actitud frente a Dios, sino también frente a los otros y frente al mundo natural. La esperanza es la otra cara del amor, porque el que ama sinceramente a un ser espera de él lo imprevisible.
La esperanza en el franciscanismo connota una especial actitud ante la vida que se traduce en audacia, espíritu de creatividad, voluntad de riesgo, talento optimista y en fidelidad a lo concreto. La esperanza también engendra osadía. Pero la osadía, animada y sostenido por la esperanza de futuro, supone la presencia de gracia en el mundo y en la cultura.
El futuro ya no es como era. No es continuación sino consecuencia del presenta, en el que todos estamos comprometidos. Francisco nos invita a ser servidores del hoy y centinelas del mañana.
http://www.ofmsolano.org.pe/

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