lunes, 19 de julio de 2010

SIGNOS DEL REINO- LOS MILAGROS DE JESÚS


El reino de Dios es salvación, es liberación. Para Jesús la salvación es la participación en el Reino. La salvación se actúa en cada momento, y comprende a todo el ser humano, en cuerpo y alma, en el aquí y en el más allá.
No se puede hablar de Jesús sin hablar de esas acciones suyas que han sido designados con el término milagro. Fueron seguramente la clave principal de su éxito popular, y una de las razones decisivas de la irritación que provocó en las autoridades.
Jesús lleno del Espíritu de Dios recorría sus aldeas curando enfermos, expulsando demonios y liberando a las gentes del mal, de la dignidad y la marginación excluyente. La vida de Jesús era la misericordia y el amor de Dios en acción. Jesús lo integra en una sociedad nueva, más sana y fraterna.
Los evangelios narran con detalle 32 milagros realizados por Jesús. Además de forma genérica, hablan de curaciones al hablar de un milagro de Jesús lo califican, más bien, de acción poderosa, de fuerza.
En muchas traducciones de la Biblia no aparece el término “milagro”, pero sí hallamos términos traducidos por portentos, señales, maravillas. La Escritura desconoce los conceptos natural y sobrenatural. En tiempos de Jesús no se cuestionaba la posibilidad del milagro ni se conocían las leyes, tampoco hoy, de la naturaleza para poder determinar lo que sobrepasa o las viola.
Para el judío, el mundo es más bien creación de Dios y está constantemente en las manos de Dios. Lo que conoce el creyente bíblico son actuaciones extraordinarias. En la lógica bíblica se podría decir: se da un “milagro” cuando la intervención de Dios, su bondad salvadora, se hace, por lo que fuera, más palpable. Para quien sabe sentir y mirar, todo es milagro, todo es presencia activa y bienhechora de Dios.
En esta misma línea, hay que señalar que la Biblia no pone acento alguno en lo milagroso en el sentido de prodigioso, sino en la dimensión de signo. Podríamos decir según la Biblia, es milagro, aunque este término no es bíblico, todo hecho, ordinario o extraordinario, que al judío le hace cercana y visible la mano amorosa de Dios; todo aquello que le recuerda la alianza y le suscita confianza en el presente y en el futuro.
Las curaciones y exorcismos de Jesús se sitúan en este ambiente popular cargado de expectativas, sobre todo en Galilea. Los exorcismos y las curaciones afectan más de cerca a la clase pobre. El éxito popular de Jesús se debió en buena parte a sus curaciones, a pesar de que también él se mostró bien crítico con el afán de los signos milagrosos.
Jesús no hizo muchas cosas espectaculares. Nunca exhibió sus poderes. Nunca rompió las leyes de la naturaleza. En los relatos de los milagros de los evangelios, no se habla de suspensión alguna de leyes de la naturaleza, sino de las prácticas compasivas de Jesús que abrieron la realidad y la vida a los abatidos de la casa de Israel.
Si nos atenemos al concepto moderno de “histórico”, hay que decir que no. Pero esto no significa que esos relatos no sean verdaderos en un sentido más profundo y real. Pues bien, el rigor y la honestidad nos impiden pensar que todos los hechos milagrosos de los evangelios son históricos. Jesús no hizo todos los milagros que cuentan de él.
Lo más seguro es que partiendo de un núcleo histórico, ha habido una ampliación o elaboración simbólica a partir de un hecho o actuación curativa de Jesús.
El hecho de que no sean históricos no significa de ningún modo que sean mentira, que no merezcan ser leídos, que no los debemos de creer. Son verdaderos: expresan la verdad más honda y más bella, y hemos de creer los de corazón. Pero creer significa acoger en el corazón y en la vida el mensaje consolador que nos comunican la presencia salvadora que nos ofrecen.



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