miércoles, 28 de julio de 2010

PRESUPUESTOS FRANCISCANOS PARA UNA CULTURA CORDIAL


La vida está marcada por determinadas situaciones, acontecimientos en los cuales el hombre está en el centro, busca ser protagonista de los sucesos. El hombre ha sido desde sus inicios un ser en relación con su entorno. Buscó estar en armonía y paz desde la creación, fue puesto en medio de todo lo creado para cuidar y cultivar (Gn2, 15); tuvo siempre una relación con Dios, luego con sus semejantes con quienes ha desarrollado sus habilidad de comunicarse y escuchar. Traigo aquí la frase de Zenón de Elea: “Nos han sido dados dos orejas, pero solo una boca, para que podamos oír más y hablar menos” Esta frase puede ser contrapuesta en nuestros días, ya que la capacidad de escucha y relación va perdiéndose en la mayoría de los ámbitos. Prima más el hablar y manifestar, muchas veces siendo “flatus vocis” que no tiene resonancia, ni sentido.
Un texto bíblico que nos ayuda en nuestra reflexión es la de Santiago: “Sean todos prontos para escuchar, lentos para hablar y lentos para la ira” no es lo que deberíamos buscar? Son estos presupuestos los que tenemos que recuperar si queremos tener una cultura cordial, una sociedad cortés, el buen trato y buena escucha.
Nuestra reflexión estará enfocado desde la óptica franciscana, específicamente desde San Francisco de Asís, hombre presto para escuchar a Dios y al prójimo. Abierto a la relación con la naturaleza, las criaturas y todo cuanto salgan a su paso.
La cultura es un factor condicionante e incluso configurador de la misma naturaleza humana. La relación de la persona con el mundo real no suele ser directa, sino mediante los conceptos de nuestra mente, es decir, de la cultura. La cultura hace de puente colgante entre la vida personal y la vida social. De ahí su gran importancia, para bien o para mal, del ciudadano.
La situación de la cultura a nivel mundial es un problema de distanciamiento entre las diversas realidades, que se han hecho recelosas y hostiles entre sí. Sencillamente nos encontramos con la preocupante situación de la incomunicabilidad o, peor aún, con el problema de la conflictividad tanto en el campo cultural y humano como en lo social y religioso.
En la sociedad actual, la persona suele estar reducida a cifra y a número. Somos seres anónimos, es decir, que nuestra presencia, nuestra persona, no cuenta para nada sino estamos avalados por un papel oficial. Sin embargo, cada persona tiene su específico rostro y su propia personalidad, cada animal su propia misión, cada cosa su propia significación.
Francisco vivió y reconoció la presencia del prójimo. En el reconocimiento del otro podemos observar no solo un tacto especial de ver y tratar a los otros y a los demás cosas, sino una categoría cultural sobre el mundo y sobre la vida. Desde la presencia total, que es Dios, tenemos que dirigirnos a todos las demás presencias humanas y mundanas, tratando con infinita cortesía, amabilidad y respeto. Es la presencia, que crea nuevas presencias y entabla relación entre ellas. La categoría de presencia engendra un sentimiento, crea una actitud y se manifiesta en un comportamiento singular ante la vida y ante los otros.
Desde la experiencia de la presencia brota el ser y el estar relacionado. Es uan relación sentida, vivida y compartida. Esta dimensión relacional es de gran interés e importancia en las llamadas filosofías dialógicas actuales. Este estar relacionados en la sociedad y en la naturaleza, da a la persona una actitud de respeto, acogida y escucha, pues la persona constituye una comunidad activa con los otros y con los demás seres de la naturaleza. Esta relación vital y dinámica puede sanear la indiferencia, la insolidaridad, los desplantes y opacidades cotidianos, ya que a través de la relación amistosa y fraterna se puede descubrir el verdadero rostro humano.
La dimensión relacional humana se descubre y manifiesta en infinidad de encuentros, uno de los acontecimientos más sorprendentes y repetidos es el encuentro. Es un hecho importante que sucede entre personas. Nos topamos frecuentemente, nos cruzamos los unos a los otros. Sin embargo, en raras ocasiones nos encontramos. La vida es un encuentro, aunque no es fácil el encuentro profundamente humano.
Francisco enseña al hombre actual que necesita despojarse de muchas máscaras y resistencias para revestirse de buen humor y sana ironía al mismo tiempo que sea capaz de encuentros fecundos y creadores con todas las personas de su entorno y con los seres y cosas de la vida cotidiana para poder descubrir la riqueza patente y latente del mundo natural.
Del mismo modo, todo encuentro sincero supone acogida. A la actitud de recelo y sospecha hay que oponer la actitud de acogida, colaboración y participación. Actualmente el hombre debe sentirse protagonista activo en la transformación de la sociedad.
Otro tema y demás en boga es el del diálogo, como recurso necesario para entablar relaciones y alcanzar compromisos. Para poder crear el horizonte humano y espiritual de un diálogo dinámico y fructífero es necesario despojarse de muchos prejuicios y armarse de una idea elevada del hombre por muy adversario o esquinado que se le considere. En primer lugar hay que superar la categoría de lo antagónico como forma incivil de convivencia. Frecuentemente el enemigo es un pretexto, una máscara para lograr intereses muy precisos y premeditados.
Francisco se colocaba más allá de las diferencias antagónicos y rivales para encontrarse con lo real y verdadero de la persona, con sus propios problemas humanos, en las que todos coinciden. Por eso trató de defender la paz, la convivencia y la armonía social como valores absolutos, más allá de los particularismos personales o de clases y grupos.
La sociedad no es otra cosa que el cuerpo alargado de la persona, abismo de grandeza y de miseria. En nuestra sociedad, moderna y posmoderna, predomina y se impone poderosamente la racionalidad, que pretende explicarlo todo a la luz de la razón comprensible y de constatación verificable del laboratorio. Frente al gran culto a todo lo positivo se observa un gran silencio u olvido de lo negativo.
Ante esta situación tenemos que cultivar la mirada, pues juega un papel especial en las relaciones humanas. La mirada constantemente nos encubre y nos descubre, más abre y nos oculta, nos acerca y nos separa. Tiene un poder extraordinario de relación o de rechazo. Cada uno es lo que mira y ve lo que le interesa. Toda mirada es la proyección del yo, y lo que no sea ese yo saldrá por ella. La mirada es tan importante en la vida cotidiana que constituye un vínculo especial entre la persona y la sociedad, entre el individuo y el mundo.
Mirar no es descubrir colores, sino entablar relaciones. Los ojos son simples instrumentos transmisores de una presencia que interroga. Quien se deja mirar y ser penetrado por la mirada amante descubrirá la urgencia de entablar una profunda relación. Tal vez muchos mortales nunca se deciden porque tienen miedo a las miradas interiores y a dar respuesta a interrogantes decisivas.
Cuando Francisco se ha sentido mirado por Dios, todo su ser se ha iluminado, comenzando a ver toda la vida con una nueva perspectiva. Hay que mirar la sociedad, el mundo y la vida con ojos amorosos y transformados.
La escucha es sumamente importante en las relaciones personales. Escuchar supera el simple oír para poder entrar en relación con lo que dice. Escuchar es dar crédito al otro y tomarlo en serio. Oír tampoco es escuchar ruidos o sonidos, sino entablar una nueva relación. Normalmente nos quedamos en la asonancia del oír, sin penetrar en la resonancia del significar. Lo que impide que se logre la consonancia entre las personas. San Buenaventura define a la persona como sonido que resuena.
La visión franciscana de la vida implica un estar despierto para poder ver, escuchar y percibir ese mundo maravilloso de presencias y mensajes, que hace de quien participa de ellas una existencia llena de sentido, plenitud y celebración.
En la actualidad, el ser humano se suele balancear entre el entusiasmo y el desencanto ante los acontecimientos de cada día. Con frecuencia se tiene el convencimiento de que el hombre ha sido defraudado en sus esperanzas o que la esperanza no anima suficientemente al ser humano. La esperanza es uno de los importantes temas culturales de nuestro tiempo.
La esperanza en clave franciscana puede ser un buen fermento en la construcción de una nueva cultura que supere el pesimismo reinante, la desconfianza y la sospecha entre los ciudadanos.
La esperanza debe traducirse en alegría, en canto y en un impulso inacabado de ir siempre hacia adelante y hacia arriba, hacia Dios y hacia los hombres. La esperanza vivida era para Francisco y sus frailes, su estado espiritual y su dinamismo vital. La esperanza no solo es una actitud frente a Dios, sino también frente a los otros y frente al mundo natural. La esperanza es la otra cara del amor, porque el que ama sinceramente a un ser espera de él lo imprevisible.
La esperanza en el franciscanismo connota una especial actitud ante la vida que se traduce en audacia, espíritu de creatividad, voluntad de riesgo, talento optimista y en fidelidad a lo concreto. La esperanza también engendra osadía. Pero la osadía, animada y sostenido por la esperanza de futuro, supone la presencia de gracia en el mundo y en la cultura.
El futuro ya no es como era. No es continuación sino consecuencia del presenta, en el que todos estamos comprometidos. Francisco nos invita a ser servidores del hoy y centinelas del mañana.
http://www.ofmsolano.org.pe/

domingo, 25 de julio de 2010

EL TEMPLO DEL CONVENTO DE OCOPA


MURAL DEL COMEDOR DEL MUSEO DEL CONVENTO DE OCOPA


ALTAR DEL TEMPLO



BÓVEDA DEL TEMPLO CON PINTURAS FRANCISCANAS












FOTOS DE LOS CIEN AÑOS DE LA MUERTE DEL VENERABLE PADRE PÍO SAROBE






FOTOS DE LA ORDENACIÓN DE Fr. Jorge y Fr. Daniel


UNA VEZ ORDENADO, SIRVIENDO EN EL ALTAR, Fr. Daniel


RECIEN ORDENADOS Fr. Daniel y Fr. Jorge



MOMENTO DE LAS LETANÍAS




PRESENTACIÓN DE LOS DIÁCONOS





ANTES DE LA CELEBRACIÓN, SACRISTÍA DEL TEMPLO FARO.

PARÁBOLAS DE JESÚS


Una parábola en labios de Jesús es una lección en colores al alcance de niños y adultos, sobre los más hondos enigmas del corazón humano. No fue Jesús el inventor del género parabólico, sin embargo, la vivacidad particular de Jesús debido a su gran talento narrativo, hace que sus parábolas sean únicas. Las parábolas hablan de la vida. En ellas, y a través de ellas Jesús comunica con enorme sencillez lo que vive.
En sus parábolas se refleja la vida de Galilea: los trabajos de la gente sencilla, sus rebaños y sus viñas, las siembras y las cosechas, la pesca en el lago y las fiestas. Las parábolas tienen como finalidad ayudar a las personas a caer en la cuenta de las experiencias de cada día para que a partir de ellas puedan abrirse al Reino de Dios, puedan ver lo que sucede en el encuentro con Dios.
Cada parábola es una invitación a pensar y a entrar en lo más profundo de la realidad, rebosante de vida, ese mundo nuevo que está brotando y que Jesús experimenta ya, dejando atrás el mundo viejo sin futuro.
Con las parábolas Jesús hace presente a Dios irrumpiendo silenciosamente en la vida de los que escuchan. Son buena noticia. Las parábolas no bendicen lo que uno ya es, sino que invitan a participar del Reino de Dios que inaugura Jesús. El mensaje no es misterioso, ni enigmático no solo para iniciados, sino abierto a todos el que quiera escuchar.
Con enorme paciencia, Jesús les enseña a captar con el corazón las señales de la presencia salvadora de Dios en las cosas corrientes de la vida, y, a la vez, su propia experiencia de Dios. Jesús utiliza imágenes de la normalidad de la vida para hablar de Dios, del Reino. Un ejemplo es la parábola del grano de mostaza.
Jesús presente a Dios en lo cotidiano, en lo corriente. Jesús contaba parábolas, no alegorías. Su lenguaje carácter vivir y penetrante.

lunes, 19 de julio de 2010

franciscanismo: SAN FRANCISCO SOLANO, MODELO DE DISCIPULO Y MISIONERO

franciscanismo: SAN FRANCISCO SOLANO, MODELO DE DISCIPULO Y MISIONERO

SAN FRANCISCO SOLANO, MODELO DE DISCIPULO Y MISIONERO


RAZA DE LOS PROFETAS
San Francisco Solano vivió toda su vida y realizó su misión siguiendo Cristo en los detalles más resaltantes de su vida. De aquí que podemos tenerlo como modelo de discípulo y misionero, plenamente vigente en nuestros días. Desde muy joven aprendió a caminar por la periferia, por lo marginal por lo insignificante llegando a ver ahí a Dios y desenvolviéndose en esos campos con una soltura impresionante y con una alegría que no tiene explicación si no es vista con los ojos limpios a los que hace referencia el Evangelio.
ITINERARIO FORMATIVO DE FRANCISCO SOLANO
A lo largo de su formación inicial Francisco Solano gozó también de la compañía y enseñanza del maestro, músico y científico, Fr. Juan Bermudo, ofm. Si la teología es un arte y, por lo tanto, de alguna manera se convierte en auténtica música, ésta, la música, a su vez, se convierte en la mejor teología, pues llega a ser un excelente modo de ver, entender y amar a Dios en el acercamiento a los hermanos y a la creación entera. El amor de Francisco Solano a la naturaleza no fue simplemente algo innato en él, fue una realidad cultivada con esmero y ahínco. La teología se hacía amor a todo lo creado, desde la florcita aparentemente más insignificante hasta el bosque plagado de maravillas de la naturaleza y portadoras del vestigio y de la imagen de Dios. Su teología como práctica de amor a Dios y su música como canto de la creación entera para atraer a los hijos de Dios a una forma de vida como la cristiana en la que Dios se revela en su hijo Jesucristo para hacernos partícipes de su vida divina.
Francisco Solano gozaba de cualidades. Es por lo que llegaron a confiarle cargos importantes, tales como Maestro de novicios, Vicario de coro, Superior o responsable de los hermanos en la vida cotidiana, encargado de preparar las celebraciones litúrgicas, algo que hacía con la mayor finura y el mayor esmero. Siguiendo en esto también muy de cerca el pensamiento y la actitud de Francisco de Asís.
EL ARTE DE LA ITINERANCIA
Para Francisco Solano la itinerancia no consiste en dar una serie de pasos o cambios de un lugar a otro en forma de mecánica. En cada paso dado hacia adelante hay un adiós a toda una forma de vida y una aceptación de nuevas formas de vida relacionadas con personas, lugares, regiones, climas, culturas, formas de vida religiosa, de ver a Dios, al hombre y al mundo. Cada nuevo lugar para Francisco Solano le ofrece oportunidades y posibilidades así como exigencias de expresar su fe, su anhelo misionero y sus sentimientos con la mayor naturalidad. Pero cada paso dado, cada cambio asumido viene a ser una Pascua, que a imitación de la Pascua del Señor, comporta muerte y resurrección. De esta manera la itinerancia lleva consigo una mirada de fe hacia el pasado y de confianza para con el presente y con el futuro.
La itinerancia en San Francisco Solano va muchas veces de la mano con el dolor y con la alegría; unas veces con el dolor de no ir hacia donde a uno le guía su propio sentimiento, y otras con la alegría de ver aceptados sus deseos por los superiores. Por encima de todo está el deseo de agradar al Señor en una fidelidad sin reservas y de lanzarse a proclamar el Reino de Dios a todo el mundo. La itinerancia este sentido es pura disponibilidad.
La itinerancia, como verdadero arte, supone la memoria, la mirada viva para con el pasado, el reconocimiento de los beneficios de la mano de Dios, la itinerancia debe dar el paso de la memoria a la profecía, sabiendo acompañar al hombre actual tratando de encaminarlo hacia un futuro posible y mejor que vaya siempre más allá de la mirada de corto plazo participando con él en todas las vicisitudes de la vida.
San Francisco Solano supo conjugar oración y contemplación las más profundas con la mayor entrega y dedicación a los pobres necesitados de Dios y de los hermanos los hombres.
La vida y predicación itinerante de Francisco Solano deberían sacudir nuestras formas instaladas de vida, nuestra adaptación acrítica de la situación en que vivimos.
LA GENEROSIDAD DE LA POBREZA
Francisco Solano fue pura generosidad ofrecida en la totalidad de su persona y ofrecida a todos los que entraban en la relación con él, de modo particular a los enfermos y más necesitados. San Solano, como otro Pablo, va allí donde no hay nadie que predique el Evangelio; sale del centro del poder, del tener y del saber, por decir así, para experimentar el valor de la marginalidad, de la periferia y de la impotencia, porque “lo débil de Dios es más fuerte que lo fuerte de los hombres”
La pobreza, como núcleo del seguimiento de Jesús, como signo de anonadamiento, como expresión de la vida cristiana t religiosa, como expresión de la castidad más limpia y de la obediencia más libre, al mismo tiempo que sujeta a mil condicionamientos, le lleva definitivamente a Francisco Solano a la frontera; allí donde los riesgos aparecen a cada instante y en cada lugar; pero también allí donde la imaginación y la creatividad surgen con mayor naturalidad y con mayor fuerza. Aquí se hace patente el valor y la necesidad de la profecía. De aquí que Francisco Solano sea el itinerante que no poseyendo nada para sí, libre de todo bagaje y carga pesada, va de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad ofreciendo lo más valioso que tiene: la oferta del Evangelio de Jesucristo.
EL EVANGELIO CENTRO DE SU VIDA
Tenemos a San Francisco Solano retratado en cuerpo entero, predica el mismo Evangelio de siempre, pero adaptándolo en forma de sencillas catequesis, atrayendo y persuadiendo a los niños y grandes con la música, con la oración, con las celebraciones que los sacramentos y con las más diversas devociones.
El servirse de la música para llevar a cabo la evangelización era algo muy tradicional y practicado siempre en la historia del cristianismo. De manera que san Solano tenía tras de sí una larga tradición que supo asumir, adaptar, enriquecer y transmitir con el cultivo personal del mismo arte musical. La música servía para atraer, para persuadir, para enseñar, para alegrar y para unir familias y pueblos; para orar y cantar a la vida, pero sobre todo para hacer del Evangelio verdadera vida.
MODELO DE DISCÍPULO Y MISIONERO
Tomamos a San Francisco Solano como modelo por su extraordinaria cercanía espiritual y vivencial a Jesús en su comportamiento cotidiano, por su modo de ver a Dios, al mundo y al hombre. Modelo que puede servir de auténtico acicate y desafío al discípulo y misionero de hoy; modelo en fon que debería ser traducido en categorías actuales dentro de la sociedad moderna y de una visión actual del discipulado y de la misión.
Hay en Francisco Solano una radicalidad del seguimiento de Jesús que arrastra, persuade y convence a quien pone sus ojos fijos en el mismo Jesús y en le hombre de nuestro tiempo. Modelo que exige audacia, fidelidad, riesgo y creatividad. Modelo, en fin, cuyo seguimiento lleva en sus entrañas una esperanza que no defrauda.
Lo primero que podríamos ver en Francisco Solano es el amor y el respeto al otro; el saber estar junto a los otros, el aprender a convivir con los otros; este es el mejor camino para conocerlos y entrar en auténtica relación con ellos. Sin duda aquí late el sentir y pensar de Francisco de Asís.
El papa Juan Pablo II decía que los jóvenes deben ser “custodios de la esperanza y predicadores de la verdad” ver la historia con realismo así como de mirar el presente y el futuro con igual realismo.
El cambio de época trae consigo problemas y dificultades inéditos antes, así como también nuevos signos de vida. Es importante discernir, no correr tras los cambios, porque entonces podríamos adquirir el síndrome de adaptación. Debemos estar contentos donde estamos, desde ahí cumplir nuestra misión.
Tenemos nuestra propia tarea y esta tiene que realizarse en el “realismo de la vida”; es decir asumiendo las cosas y la vida como son y con debida serenidad. Nos proporciona vivir con una fundada esperanza. Dentro de este clima de esperanza confiada que debemos intentar hablar de los jóvenes, y aquí del estudio.
Parece que no hay suficientes razones o no hay razones suficientes convincentes para sostener que el problema simplemente son los jóvenes.
Reavivar los sueños de los jóvenes. Los formadores y los mayores deberíamos ayudar a los jóvenes a realizar sus sueños; a no negarlos ni olvidarlos, pero tampoco relegarlos al mundo de la fantasía o de lo irrealizable. Urge, pues, poner en juego toda nuestra capacidad para captar sus señales, traducirlas a la vida real y darles cabida en la misma.
Importante proponer y recalcar a los jóvenes para su mayor bien, es el tema de la libertad en relación con la disciplina, un tema siempre debatido, pero hay que insertarse, hay que dejarse envolver por él; hay que vivirlo con toda su tensión en la realidad de cada día; hay que experimentarlo con toda su fuerza de arrastre y con toda su exigencia de sacrificio, con toda su cuota de abnegación, con su dosis de donación y con su buena parte de optimismo.
Hay que ejercitarse también en discenir lo esencial de lo accidental con el fin de adquirir la necesaria capacidad para dirigir certera y responsablemente todos nuestros actos. Una vida llevada a la ligera, en la periferia de los problemas y fuera del centro vital, conduce a la superficialidad, a la falta de sentido crítico ya la confusión de valores. “volver a lo esencial”
Esto requiere de una lúcida y sólida formación de la conciencia crítica para un correcto análisis, interpretación y comprensión de la realidad. Es decir, se trata de volver a los que es indispensable para recuperar nuestro sentido de identidad y de pertenencia como consagrados y enviados.
Es doloroso constatar, con frecuencia, que el diálogo, que constituye uno de los pilare no arraiga entre nosotros, incluso sabiendo que es tan importante para vivir nuestro seguimiento de Cristo a través de los consejos evangélicos. p







JESÚS, MAESTRO DE LO COTIDIANO


Al escuchar a Jesús algo empezó a cambiar entre las gente sencilla. Conocían a Jesús y sabían muy bien que su autoridad no se cimentaba en la ciencia sino en la experiencia. La gente percibe en sus palabras un plus de credibilidad.
Jesús expresaba lo que surgía de su corazón, sin esa constante referencia a los textos Sagrados. Utiliza la Escritura como instrumento y medio, no como objetivo y finalidad. Jesús citaba la Escritura, pero no se limitaba a repetir el texto. Adopta el lenguaje y las imágenes bíblicas a su propia experiencia de Dios.
Su enseñanza hace creer que la añorada llegada del Reino puede ser realidad. Se acerca a la gente y habla donde haya alguien para escucharle. Tiene un lenguaje propio y un mensaje que llega al corazón.
En las fiestas imparte su enseñanza mientras come y bebe, hasta el punto de ser tildado de comedor y borracho.
Las parábolas cautivaban al igual que sus dichos. Estas últimas son breves y concisos, y la gente se siente impactada. Otras veces habla con humor e ironía. La gente disfrutaba y reía, pero no olvidaba la lección. Es tajante en lo esencial. Sobre utilizar con gracia, juego de palabras que les divierten no poco.
Jesús utiliza los dichos populares, cuya autoría nadie conoce, de manera original para enseñar a entrar en el Reino de Dios. De entre los textos que más atraían a Jesús están los del profeta Isaías, pues en ellas se anunciaba un mundo nuevo para los enfermos y los más pobres: la pasión de su vivir.
Jesús sabe tocas el corazón y la mente de las gentes con sus sentencias, a fin de ayudarles a entender la vida desde el Reino.

SIGNOS DEL REINO- LOS MILAGROS DE JESÚS


El reino de Dios es salvación, es liberación. Para Jesús la salvación es la participación en el Reino. La salvación se actúa en cada momento, y comprende a todo el ser humano, en cuerpo y alma, en el aquí y en el más allá.
No se puede hablar de Jesús sin hablar de esas acciones suyas que han sido designados con el término milagro. Fueron seguramente la clave principal de su éxito popular, y una de las razones decisivas de la irritación que provocó en las autoridades.
Jesús lleno del Espíritu de Dios recorría sus aldeas curando enfermos, expulsando demonios y liberando a las gentes del mal, de la dignidad y la marginación excluyente. La vida de Jesús era la misericordia y el amor de Dios en acción. Jesús lo integra en una sociedad nueva, más sana y fraterna.
Los evangelios narran con detalle 32 milagros realizados por Jesús. Además de forma genérica, hablan de curaciones al hablar de un milagro de Jesús lo califican, más bien, de acción poderosa, de fuerza.
En muchas traducciones de la Biblia no aparece el término “milagro”, pero sí hallamos términos traducidos por portentos, señales, maravillas. La Escritura desconoce los conceptos natural y sobrenatural. En tiempos de Jesús no se cuestionaba la posibilidad del milagro ni se conocían las leyes, tampoco hoy, de la naturaleza para poder determinar lo que sobrepasa o las viola.
Para el judío, el mundo es más bien creación de Dios y está constantemente en las manos de Dios. Lo que conoce el creyente bíblico son actuaciones extraordinarias. En la lógica bíblica se podría decir: se da un “milagro” cuando la intervención de Dios, su bondad salvadora, se hace, por lo que fuera, más palpable. Para quien sabe sentir y mirar, todo es milagro, todo es presencia activa y bienhechora de Dios.
En esta misma línea, hay que señalar que la Biblia no pone acento alguno en lo milagroso en el sentido de prodigioso, sino en la dimensión de signo. Podríamos decir según la Biblia, es milagro, aunque este término no es bíblico, todo hecho, ordinario o extraordinario, que al judío le hace cercana y visible la mano amorosa de Dios; todo aquello que le recuerda la alianza y le suscita confianza en el presente y en el futuro.
Las curaciones y exorcismos de Jesús se sitúan en este ambiente popular cargado de expectativas, sobre todo en Galilea. Los exorcismos y las curaciones afectan más de cerca a la clase pobre. El éxito popular de Jesús se debió en buena parte a sus curaciones, a pesar de que también él se mostró bien crítico con el afán de los signos milagrosos.
Jesús no hizo muchas cosas espectaculares. Nunca exhibió sus poderes. Nunca rompió las leyes de la naturaleza. En los relatos de los milagros de los evangelios, no se habla de suspensión alguna de leyes de la naturaleza, sino de las prácticas compasivas de Jesús que abrieron la realidad y la vida a los abatidos de la casa de Israel.
Si nos atenemos al concepto moderno de “histórico”, hay que decir que no. Pero esto no significa que esos relatos no sean verdaderos en un sentido más profundo y real. Pues bien, el rigor y la honestidad nos impiden pensar que todos los hechos milagrosos de los evangelios son históricos. Jesús no hizo todos los milagros que cuentan de él.
Lo más seguro es que partiendo de un núcleo histórico, ha habido una ampliación o elaboración simbólica a partir de un hecho o actuación curativa de Jesús.
El hecho de que no sean históricos no significa de ningún modo que sean mentira, que no merezcan ser leídos, que no los debemos de creer. Son verdaderos: expresan la verdad más honda y más bella, y hemos de creer los de corazón. Pero creer significa acoger en el corazón y en la vida el mensaje consolador que nos comunican la presencia salvadora que nos ofrecen.



sábado, 17 de julio de 2010


SAN FRANCISCO DE ASÍS Y UNA DE LAS MUCHAS EXPERIENCIAS QUE MARCARON SU SEGUIMIENTO A CRISTO

El siguiente método, como se ha mencionado en clase, parte más desde una experiencia que el hombre tiene en su vida ordinaria. Esta experiencia que le marca para la vida, desde el momento que empieza a tomarle más importancia se da cuenta que lo que le pasa no es solo de un accidente, casualidad o azar de la vida; sino que tiene una dimensión que le hace cambiar el estilo de vida, le hace profundizar más el sentido de sí mismo, como se diría, un encuentro consigo mismo que le hará tener una actitud diferente consigo mismo y con los demás.
En este método quiero desarrollar la experiencia vivida por San Francisco de Asís, en su época de juventud. Lo que vivió, soñó y consiguió para su vida y de los demás. Buscar en Francisco un punto inicial de su proceso de discernimiento suele ser complicado, porque hay varios momentos que van determinando su proceso en la búsqueda y esclarecimiento de su proyecto para una vida en adelante.
La vocación de Francisco, o para ser más exactos, la respuesta que él dio en un primer momento a la llamada que el Señor le hizo, se llevó a cabo durante un proceso lento, en el cual se pueden distinguir seis momentos sucesivos de gran significado, cada uno de los cuales es identificable con un encuentro que resultó determinante en su proceso vocacional, en cuanto aportó un elemento nuevo a su visión de la vida o significó un cambio fundamental en la misma. Los encuentros o experiencias que tuvo fueron los siguientes: consigo mismo, con los pobres, con el leproso, con el Crucifijo, con el Evangelio y con los hermanos.
Aquí desarrollaremos con cierta importancia el primer paso del proceso, encuentro consigo mismo, en cuanto que constituye, según nuestra opinión el que más marca para las demás etapas de encuentro y discernimiento. Este encuentro consigo mismo va acompañado de la enfermedad y la prisión.
En el comportamiento de Francisco cuando se hallaba prisionero en la cárcel de Perusa, podemos descubrir uno de los primeros signos de que en su corazón se estaban dando algunos cambios fundamentales. Él, por naturaleza era alegre y jovial, lejos de aparecer triste se mostraba gozoso. Su sueño era ser un gran caballero, ser admirado por todos y llevar el nombre de su familia por alto, pero cae prisionero en la guerra contra Perusa. Durante su prisión no pierde la alegría que contagia a sus demás compañeros, a pesar de que le digan de que es un loco. Aquí aparece una actitud de un joven que ya comienza a preocuparse seriamente por su futuro. Es verdad que aún no parece tener ideas muy claras sobre el tipo de grandeza que desea y sobre cómo lograrla, pero sus palabras dejan entrever que el ambiente de la cárcel con todo lo que comporta a nivel de grupo, estaba dejando secuelas también en su corazón después de haber pasado varios meses privado de la libertad y en contacto con la angustia y desesperación de sus compañeros. Es muy posible que aquellos meses de crisis lo hayan obligado a entrar dentro de sí y a comenzar a mirar la vida de manera diferente a como lo había mirado hasta entonces.
Esta situación de limitación se prolongó con la enfermedad que sufrió poco después de haber salido de la cárcel. En ese momento ignoraba todavía los planes de Dios sobre él y estaba dedicado a las actividades comerciales de su padre que lo distraían.
Los escritos de San Francisco revelan que el santo vivió momentos fuertes de enfermedad: “… o por negligencia, o por mi enfermedad, o porque soy ignorante e indocto” (CtaO 39). “… no puedo visitarlos personalmente a cada uno, dada la enfermedad y debilidad de mi cuerpo” (2CtaF 2). “… a causa de la debilidad y dolores de la enfermedad, no tengo fuerzas para hablar” (TestS 2). Es lo que han recopilado los hagiógrafos a cerca de lo que Francisco menciona durante su enfermedad.
Las biografías señalan varias situaciones de enfermedad que vivió san Francisco, ya antes de recibir los estigmas (1224): 1202-1203: Prisión de Perusa. Malaria o tuberculosis. 1206: Luego de la Conversión. Úlcera gástrica.1215: Viaje a España. Dispepsia gástrica y afonía. 1216-1217: Asís. Malaria. 1219: Viaje a Damieta. Conjuntivitis tracomatosa y malaria. 1220-1222: Fiebres cuartanas, inicio de inflamación del bazo e hígado. 1223: Agrava los ojos y malaria que complica más al hígado y bazo.
La actitud de Francisco ante la enfermedad tiene un sentimiento religioso que lo ve como el dolor por los propios pecados, el desprecio de los falsos placeres, el temor al juicio divino un ardiente deseo de Dios y de la vida eterna. Francisco llama hermanas a la enfermedad y a la muerte. Clara de Asís agrega un sentido vicario: a favor del cuerpo de Cristo.
Francisco, acompañado de las “hermanas” enfermedad y muerte, revivió intensamente el seguimiento de Cristo, sobre todo en su Pasión. El encuentro místico con Cristo crucificado en cada enfermo empezó a manifestarse muy pronto: El leproso presentaba al cristiano fervoroso de la Edad Media una imagen viva del Crucificado. Francisco supera la repugnancia instintiva al besar a uno de ellos (en el año 1205; 2 Cel 9). Produce una transformación mística de las reacciones de su sensibilidad humana (“aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo”, Test 3) Inicia una visión completamente nueva del hombre enfermo, ya no como castigo sino como encuentro.
Todo pobre y enfermo era para el Santo una especie de sacramento de la presencia mística de Cristo en el ser doliente. No es mera contemplación, se tradujo en una continua disposición a ayudar: “Admirable era la ternura de compasión con que socorría a los que estaban afligidos de cualquier dolencia corporal; y si en alguno veía una carencia o necesidad, llevado de la dulzura de su piadoso corazón, lo refería a Cristo mismo” (LM 8,5). Francisco relacionó su propio sufrimiento con esa misma dimensión cristológica: Llega al punto de hacerle olvidar sus propios sufrimientos. No se atribuye la idea de martirio a su situación de enfermedad. Atribuye el título de mártir a aquel que “por amor del Señor” acepta la renuncia a lo necesario para el propio cuerpo tras haberlo solicitado “con respeto y humildad” sin obtenerlo: el Señor les “concederá el mérito del martirio” (LP 120e).
En su enfermedad Francisco no se dejó llevar por la flojera ni pereza: Su acción pacificadora entre el obispo Guido II y el podestá Opórtolo, 1225, mediante la estrofa del perdón que entonces añadió al Cántico del hermano sol y que hizo cantar ante los dos protagonistas de la contienda. Su exquisito detalle de “componer también unas letrillas santas con música, para mayor consuelo de las damas pobres del monasterio de San Damián, particularmente porque sabía que estaban muy afectadas por su enfermedad” (LP 85a). Francisco no cayó en la disminución de intereses ni la tendencia a la autoconmiseración. Estaba plenamente abierto a las exigencias de la caridad y de la evangelización.
La enfermedad de Francisco dentro de la fraternidad. Es el mandamiento evangélico del amor el que les da sentido al servicio a los hermanos. “Si alguno de los hermanos cayere en enfermedad, dondequiera que estuviere, los otros hermanos no lo abandonen, sino que se designe a uno de los hermanos o más, si fuere necesario, para que le sirva, ‘como quisieran ellos ser servidos’ (cf. Mt 7,12)”.
Sirviendo a los enfermos se expresa la verdadera capacidad de amar y el valor auténtico de la caridad, pues allí no hay recompensa inmediata: “Bienaventurado el siervo que tanto ama a su hermano cuando está enfermo, que no puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle”(Adm 24).
Referencia a sí mismo, como prototipo del servicio deseado: Cuidado exquisito que se exige para con el hermano enfermo. Equilibrio de trato, empezando por uno mismo. Para que los hermanos enfermos no tuviesen escrúpulo en comer carne en días de abstinencia, Francisco daba ejemplo comiendo con apetito, para así, disipar los escrúpulos de los hermanos (Cf. 2Cel 22). Para ayudar he de dejarme ayudar. Hay que medir las fuerzas en la entrega a Dios, el sacrificio ha de ser condimentado (Cf. 2Cel 22).
En este primer encuentro de Francisco con Cristo a través de la enfermedad se puede notar el cambio de vida, actitud y compromiso con los demás. A medida que entiende su realidad y va adentrándose en el conocimiento del designio de Dios para él, empieza a ver con fe la situación que le toca vivir. Y como él mismo dice “todo lo que era amargo se tornó dulzura”. A partir de la enfermedad no se queda con las manos cruzadas, más bien trata de buscar el rostro de Cristo en los pobres, los enfermos y en la fraternidad que viven los hermanos. Su compromiso durante sus últimos años de vida, en un estado crítico de su salud no pierde la obediencia que prometió, tampoco la vida austera que quiso vivir. Le mejor testimonio que dio no fue de palabra, sino de obra.

QUIÉN ES CRISTO Y CÓMO ACCEDER HOY A ÉL

Luis Armendariz con su artículo quiere hacer notar las dos maneras de hacer cristología, descendente y ascendente, son dos caminos que llevan a estudiar la cristología. La descendente es conocida como tradicional o clásica, mientras que la segunda “moderna”.
La cristología descendente o clásica recurre a la encarnación del hijo eterno de Dios, se usa un lenguaje confesional más que teológico. Tiene un respaldo dogmático y ligüístico. En cierta manera esta perspectiva cristológica es irrenunciable.
A nivel teológico la cristología descendente arranca de la realidad de Dios y de su condición trinitaria. El tema central que es a la vez el problema capital, es la unión de la divinidad y la humanidad de un mismo sujeto.
Ha hechado mano de las categorías del pensamiento griego, los cuales se han convertido en categorías teológicas, llegando a ser dogmáticas. Ha pretendido mantener la verdad plena de Cristo contra quienes negaban o recortaban su divinidad o su humanidad.
La cristología descendente no puede pretender llegar a Jesús a priopri.
La cristología ascendente parte de Jesús, para remontarse desde él a su condición de Cristo y a los otros títulos que la fe le reconoce.
Esta cristología comienza con tres niveles: el Jesús del NT, se inicia por el testimonio del NT acerca de Jesús. Testimonio a partir de la Resurrección.
El siguiente nivel es a partir del Jesús de la historia. Es una distinción entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. No se habla de dos sujetos diferentes, sino de uno solo. Este nivel está ayudado por el método histórico como único camino.
El último nivel es del hombre que se pregunta por Jesús. Llamado antropocentrismo. Esto a partir de la modernidad, donde el hombre ocupó el primer lugar. Es así que la cristología moderna recoge el reto de la modernidad, y arranca del hombre Jesús, para redescubrir no solo al Crsito de la fe, sino a Dios.
Estas dos cristologías no se puede decir que trabajan de manera alejada; todo lo contrario, en algunos puntos la cristología ascendente ha funcionado bajo fórmulas descendentes. No existe una cristología descendente que no lleve implicada una ascendente. Ambas cristologías interpelándose mutuamente se legitiman una a otra. Los dos métodos no solo se legitiman, sino se reclaman mutuamente.

LA EXPERIENCIA DE LA ENFERMEDAD DESDE UN ENFOQUE TEOLÓGICO FRANCISCANO

En nuestros tiempos y en nuestra condición de homo viator tenemos que pasar por situaciones alegres, agradables, de gozo, de mucha algarabía; pero también en algún momento nos llega los momentos del dolor, sufrimiento que son causados por la pérdida de un ser querido, algún accidente o enfermedad. Estos últimos mencionados, se suele tomar como una desgracia, o “castigo” por parte de Dios, se le culpa a él de las situaciones difíciles que nos toca pasar. Estas experiencia marcan la vida tanto buena como mala, pero si se le ve con ojos de fe, se empieza un giro, tal vez llamarlo “antropológico”. Desde este punto vamos a tratar nuestro método. Para ello vamos a tomar de ejemplo a San Francisco de Asís y partiendo desde él, daremos luces para que nuestro sufrimiento, dolor y enfermedad no sea una carga. Este modo de llevar la enfermedad debemos tener en cuenta cuando nos encontremos en una situación como tal. Que como seres humanos descubrimos nuestra limitación de que somos frágiles, caducos y tenemos necesidad del otro para que nos dé la mano y acompañe, dejándonos también acompañar.
Los escritos de San Francisco revelan que el santo vivió momentos fuertes de enfermedad: “… o por negligencia, o por mi enfermedad, o porque soy ignorante e indocto” (CtaO 39). “… no puedo visitarlos personalmente a cada uno, dada la enfermedad y debilidad de mi cuerpo” (2CtaF 2). “… a causa de la debilidad y dolores de la enfermedad, no tengo fuerzas para hablar” (TestS 2). Es lo que han recopilado los hagiógrafos a cerca de lo que Francisco menciona durante su enfermedad.
Las biografías señalan varias situaciones de enfermedad que vivió san Francisco, ya antes de recibir los estigmas (1224): 1202-1203: Prisión de Perusa. Malaria o tuberculosis. 1206: Luego de la Conversión. Úlcera gástrica.1215: Viaje a España. Dispepsia gástrica y afonía. 1216-1217: Asís. Malaria. 1219: Viaje a Damieta. Conjuntivitis tracomatosa y malaria. 1220-1222: Fiebres cuartanas, inicio de inflamación del bazo e hígado. 1223: Agrava los ojos y malaria que complica más al hígado y bazo.

La actitud de Francisco ante la enfermedad tiene un sentimiento religioso que lo ve como el dolor por los propios pecados, el desprecio de los falsos placeres, el temor al juicio divino un ardiente deseo de Dios y de la vida eterna. Francisco llama hermanas a la enfermedad y a la muerte. Clara de Asís agrega un sentido vicario: a favor del cuerpo de Cristo.
Francisco, acompañado de las “hermanas” enfermedad y muerte, revivió intensamente el seguimiento de Cristo, sobre todo en su Pasión. El encuentro místico con Cristo crucificado en cada enfermo empezó a manifestarse muy pronto. Todo pobre y enfermo era para el Santo una especie de sacramento de la presencia mística de Cristo en el ser doliente. Francisco relacionó su propio sufrimiento con esa misma dimensión cristológica: Llega al punto de hacerle olvidar sus propios sufrimientos. No se atribuye la idea de martirio a su situación de enfermedad.
La enfermedad de Francisco dentro de la fraternidad. Es el mandamiento evangélico del amor el que les da sentido al servicio a los hermanos. “Si alguno de los hermanos cayere en enfermedad, dondequiera que estuviere, los otros hermanos no lo abandonen, sino que se designe a uno de los hermanos o más, si fuere necesario, para que le sirva, ‘como quisieran ellos ser servidos’ (cf. Mt 7,12)”.
Sirviendo a los enfermos se expresa la verdadera capacidad de amar y el valor auténtico de la caridad, pues allí no hay recompensa inmediata: “Bienaventurado el siervo que tanto ama a su hermano cuando está enfermo, que no puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle”(Adm 24)

Con el ejemplo presentado, queremos hacer ver que la enfermedad no debe verse como un castigo, ni mucho menos como una desgracia; sino verlo como lo vio Francisco una gracia que nos hace ver que somos frágiles y que sentimos necesidad de otros. Nuestra enfermedad debe ser vista con ojos de fe, esperanza y caridad para con nosotros mismos y con los demás. Donde tenemos que aprender a llevar el dolor no como una carga, sino como un manera de vivir el Evangelio, explícitamente el seguimiento a Cristo. Aprendemos a ser pacientes, tolerantes. San francisco de Asís lo aprendió y lo hizo como un camino de seguimiento y acercamiento a Cristo desde los pobres y los enfermos. Él no se sentía compadecido, sino fortalecido y acompañado por sus hermanos.
Es, creemos lo que se debemos hacer en los momentos que nos toque pasar; y los que viven estos momentos no han de olvidarse de lo que aprendieron y predicaron a los que en algún acompañaron en la enfermedad. Que sepan dejarse acompañar y reconocer de la fragilidad que están hechos.