martes, 19 de enero de 2010

LA FELICIDAD

La felicidad no depende del lugar que ocupemos, ni del puesto que hemos escalado en nuestra profesión, ni de lo que poseemos; sino de nosotros mismos, según que sigamos, o no, el rumbo que el Señor amorosamente nos trazó
La voluntad guiada por la luz de la razón y de la, debe imponerse a nuestras instintivas tendencias y gobernarlas y orientarlas para el bien. Para esto es necesario educar la voluntad. Dominar un temperamento explosivo, reprimir los movimientos de cólera, resistir a la tentación nos ayudará a conseguir el dominio de nosotros mismos. Es que es formar parte de la educación de la voluntad.
La falta de dominio propio conduce a la ruina del individuo y de la sociedad. El autodominio es necesario para el desarrollo de la personalidad como lo demuestra la moderna psicología profunda. La salud psíquica no es posible sin la aceptación generosa de las exigencias de la ley moral.
La felicidad del hombre no está en satisfacer las pasiones, sino en seguir libremente el rumbo marcado por Dios. La satisfacción de las personas puede dar placer, pero placer no es lo mismo que felicidad. La felicidad es un estado, algo duradero. Aquel puede ser puramente sensitivo. Este es propio de la naturaleza intelectiva y radica en las facultades superiores del hombre. Los que se dejan guiar únicamente por las tendencias no pueden ser felices, encuentran la angustia y la frustración. Por eso decía un pensador: “placeres, mis socios y mis tiranos” y Alfredo de Muset afirmaba: “Después de los placeres, siento un vacio, un disgusto tan profundo, que me siento morir”
Son del Eclesiastés estas palabras: “No me he privado de ninguna clase de placeres; y en todos ellos no he hallado más que vanidad y aflicción de Espíritu” (Ecle.2, 10)
Carlos IX preguntó a un poeta célebre:
- ¿De todos los seres cuál es el más feliz?
- Dios
- Pero ¿De entre los hombres?
- Aquel que más se asemeja a Dios.
- Y,¿Qué es más lo que se asemeja a Dios? ¿La fuerza? ¿El poder?
- ¡No! ¡La práctica de la Virtud!

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