domingo, 6 de marzo de 2011

DIME QUIÉN ES DIOS


A Francisco se le podrá ver, considerar y admirar desde muchas y sugestivas perspectivas humanas, pues fue una personalidad muy rica en vivencia, proyectos y actitudes. Fue un cristiano excelente. Fue un verdadero y sincero peregrino hacia el amor infinito, que es Dios, que se revela en diversas ocasiones de su vida, familiar y ambiental.

BUSCADOR DE DIOS

Desde los comienzos de su transformación interior, en que se dirigía a Dios diciéndole: “Señor, ¿Qué quieres que haga?”, hasta el final de su vida siempre estuvo en actitud de búsqueda y de respuesta a la llamada que le trascendía. En Dios encontrado por Francisco no es el resultado de una reflexión ni el postulado de la razón. Es el Dios revelado gratuitamente en su vida, sentido como fuerza salvadora, como luz iluminadora, como vida gozosa y como amor salvador. El Dios que descubre es para él el centro absoluto de referencia de toda su vida y le criterio supremo para valorar sus decisiones últimas. Es a la luz divina como el hombre aparece en sus justas dimensiones. El Dios revelado en Cristo, que es amor, y que con su mirada amorosa ilumina y purifica el fondo oscuro de la persona. La presencia amorosa que eleva al hombre a su máxima plenitud. El Dios que también se manifiesta se oculta.

Francisco no solo va Dios por las oraciones oficiales de la Iglesia, por la liturgia, sino también a través de toda la creación: la naturaleza, el paisaje, el sol, la luna, los astros, las flores, los pájaros y demás criaturas. Todo es gracia. La fe es gracia, es razonable y es libre, dice la teología cristiana, pero es primordialmente experiencia que envuelve, orienta y guía al creyente.

La experiencia religiosa de Francisco nos demuestra todo un mundo de relaciones vividas y compartidas, pues no va a Dios en solitario, aunque lo busque en la soledad. Busca a Dios en la intimidad, en la Iglesia, en la naturaleza, en la sociedad, en la liturgia y en cualquier acontecimiento. El Dios cristiano no es tanto el Dios del más allá, sino del más acá, de lo cercano, vivencial y experiencial en todas las más variadas expresiones del vivir. Fascinado por el Dios de Jesucristo, busca apasionadamente a ese Dios, pregunta afanosamente por él y se deja invadir locamente por él. Su existencia humana se ha convertido y transformado en búsqueda religiosa, en imitación de Cristo y en testigo de la Trinidad.

Para el pobrecillo Dios es vida frente a la muerte. Fuerza en la debilidad. Luz en la oscuridad. Esperanza en la incertidumbre. Gozo en la tristeza. Se ha dejado encontrar por Dios. No se escondió a la llegada y a la llamada divina, pues había un ser totalmente disponible para recibir al absoluto, que le salía al encuentro de muchas formas y en circunstancias diversas.

Este personaje sensacional tiene la capacidad maravillosa de ofrecer un aspecto muy positivo y atrayente de la religión. De rescatar al hombre tímido y cobarde de lo oscuro de su ser y de la sombra de indiferencia, para atraerlo hacia la presencia luminosa del Dios creador y salvador de todos.

Francisco no ha dejado un tratado de teología, sino una experiencia profunda religiosa que nos devela que él era un apasionado de Dios y un enamorado de Jesucristo. A partir de este amor concreto orientó toda su vida y cambió su modo de relacionarse con los demás hombres y con la misma naturaleza.

DIOS ES COMUNIDAD

La espiritualidad de Francisco es ciertamente trinitaria, que logró transmitir a su familia e inspirar una teología de la comunidad. Presenta a Dios no solo como un sujeto de adoración, sino también como modelo de imitación. Como paradigma de comunidad. La presencia de Dios late como fuerza incontenible de vida y de irradiación. A Dios hay que acercarse por el instinto del amor, porque cuando el corazón inteligente investiga es que ya lo posee en parte al entendimiento que aclare lo que anhela. La Trinidad como munidad, es la respuesta y solución a la soledad de la persona y a su impulso de apertura y comunicación.

La trinidad constituye comunidad donde la fuerza vinculante es el amor. La dinámica del amor sustenta y explica la realidad divina tripersonal. Dios no solo tiene amor, sino que es amor y, desde esa fuerza vinculante, es Trinidad. El ser divino es amor efusivo y expansivo que se manifiesta en la vida trinitaria, en la creación y en la santificación por la gracia. De este modo, el Padre engendra al hijo. Y, dado que el amor es expansivo, entre Padre y le Hijo brota el Espíritu Santo, que se integra en la comunidad divina también con amor infinito. En Dios encontramos aunadas la presencia y la esencia del ser divino. Por tanto, en él no puede entenderse su ser sino desde la bondad.

Buenaventura acentúa que Dios es amor no solo porque así se revela en la Biblia, sino también por motivos existenciales, ya que el amor es sinónimo de donación, acogida, intercambio vital, coexistencia y armonía en unidad y pluralidad de vida y de acción. Dios es amor tanto por razones de fe como por motivos psicológicos y humanos. El amor no solo tiene una prioridad constitutiva, sino también ética y social. Dios es mucho más que un espíritu perfectísimo. Es el sumo bien, el amor supremo y, en cuanto tal, difusivo y autocomunicativo. Sale fuera de sí para encontrarse con el otro diferente y, de ese modo, poder integrar se en un proyecto vital comunitario.

Aunque Dios rebasa nuestro horizonte mental, podemos decir, que no es un padre prepotente y déspota que disminuye o eclipsa al Hijo y al Espíritu, sino una persona plena que se abre y se relaciona libre y gratuitamente con las demás. Dado que Dios es amor, que se expande y difunde, cada persona divina no puede ser una realidad cerrada, sino abierta hacia las demás e infinitamente comunicable en el encuentro interpersonal. El amor trinitario es luz que descubre y desvela el horizonte transparente de la existencia totalmente comunicativa y, por tanto, fecunda y ejemplar. El modelo de la trinidad nos impulsa a pasar del individualismo y del personalismo a la comunidad personalizada y transpersonalismo. La comunidad trinitaria es el modelo supremo de la convivencia humana, de la justicia social y el mejor paradigma para un humanismo integral y transpersonal.

CRISTO EL CENTRO

Jesucristo es el maestro y el camino que no se puede comprender si no se sigue. Seguir a Cristo significa cambiar el rumbo de la existencia y entrar en otra perspectiva nueva y exigente. San Francisco siempre tuvo a Jesucristo como el gran modelo en todo, al que trató de imitarle, hasta en lo más mínimo. Esa vivencia, centrada en Cristo, influyó mucho en la elaboración de una teología fundamentada en él, como lo hará el maestro Juan Duns Scoto. Para Escoto el amor es la suprema credibilidad y explica dinámicamente el encuentro de lo infinito con lo finito, del Creador con la criatura, de Dios con el hombre. Pero la mediación necesaria y absoluta es Cristo que vincula en sí la divinidad y la humanidad, lo necesario y lo contingente, lo eterno y lo temporal. Cristo es el centro primordial de interés en la manifestación de la gloria divina. Cristo es el arquetipo y el paradigma de la creación, la obra suprema de la creación en la que Dios puede espejarse adecuadamente y recibir de él la gloria y el honor que se merece.

Cristo hubiera existido aunque no hubieran existido ni los ángeles ni los hombres. Y, con mayor razón, aunque no hubiera existido el pecado. La encarnación del Verbo, en la naturaleza humana de Jesús, solo tiene su legítima justificación en el amor infinito de Dios y no en la previsión del pecado, aunque este haya condicionado la modalidad concreta de la encarnación. La misma creación son efecto y consecuencia de un acto libre de la voluntad divina. Toda la realidad creada tiende hacia su autor y creador.

El cristocentrismo, pues, es un postulado teológico y, al mismo tiempo, un principio iluminador de la naturaleza, de la historia y del mismo hombre. Jesucristo asume y resume ese punto omega de unidad y de síntesis. Él es la cima terminal del proceso cósmico, la conclusión explicativa del dinamismo de la misma historia. El hombre, habiendo sido creado a imagen y semejanza de Cristo, tiene una naturaleza teologal y es tendencialmente cristiforme. La antropología tiene su coronación y complemento en la cristología. Cristo, hombre –Dios, es la expresión más acabada y perfecta del misterio humano.

Ante los múltiples y graves problemas ambientales, el cristocentrismo nos brinda una perspectiva extraordinaria para implantar una ecología planetaria y para crear relaciones humanizadoras entre el hombre y la naturaleza, articuladas en una ética ambiental que tanto necesitamos. Cristo no da a la historia un sentido externo, sino interno. Y el hombre que se vincula libremente a él encuentra, descubre y vive el sentido profundo de la historia.

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